Frestón contra Shakespeare
Hoy se celebra el día del libro, la efeméride del fallecimiento de dos genios que pusieron de luto a la literatura universal un 23 de abril de 1616: Cervantes y Shakespeare. Es archisabido que la coincidencia cronológica de ambas muertes no es más que aparente, pues el 23 de abril del calendario gregoriano, que es la fecha del entierro —y no la del deceso, que fue el día anterior—de nuestro Cervantes, no coincide con el 23 de abril del calendario juliano, que aún seguían por aquel entonces en Inglaterra. En lo que sí coincidieron Cervantes y Shakespeare fue en escribir sobre un mismo personaje. O mejor dicho, parece que Shakespeare pudo tomarle prestado a don Miguel la historia de uno de los personajes que aparecen en la primera parte del Quijote para escribir una pieza teatral hoy perdida.
Me refiero a Cardenio, el joven loco que don Quijote y Sancho encuentran vagando por Sierra Morena y que ha perdido el juicio a causa de la supuesta traición de su enamorada, Luscinda. El asunto es enrevesado e incierto y está trufado de apariciones y desapariciones sospechosas, tanto que se diría que el malvado encantador Frestón, azote de las bibliotecas y permanente enturbiador de cuanto toca a don Quijote, hubiese andado enredando por medio.
En 1612, cuatro años antes del fallecimiento de Cervantes y de Shakespeare, se publicó en Inglaterra la traducción al inglés de la primera parte del Quijote. No tenemos la absoluta certeza de que Shakespeare leyese el Quijote, pero sí se sabe que al año siguiente, en junio de 1613, su compañía teatral representó ante el embajador del duque de Saboya una obra llamada Cardenio, de la que no consta su autor y que presumiblemente estaba inspirada en el personaje homónimo de la novela de Cervantes. Es verosímil, incluso, que don Quijote y Sancho apareciesen en la obra. Nunca lo sabremos, porque no volvió a representarse después de esa fecha. Tal vez porque el original se perdió durante el incendio que destruyó el teatro de Shakespeare, el Globo, pocos días después.
Sin embargo, cuatro décadas más tarde, en 1653, un librero de Londres llamado Humphrey Moseley registró los derechos para publicar Cardenio, indicando como autores a William Shakespeare y a otro dramaturgo con el que este había colaborado en otras ocasiones, John Fletcher. Con todo, la atribución no es absolutamente fiable porque Moseley había recurrido a veces al truco de falsear las autorías de los libros que editaba para incrementar sus ventas.
Nada se volvió a saber de esta misteriosa obra, Cardenio, hasta el siglo siguiente. En 1727, uno de los más reputados editores de Shakespeare, Lewis Theobald, publicó una tragicomedia llamada Doble falsedad o los amantes angustiados que dijo haber refundido a partir de tres manuscritos de una obra perdida del autor isabelino. La trama de Doble Falsedad está claramente extraída del episodio cervantino de Cardenio y Luscinda, aunque con los nombres cambiados: Cardenio es Julio; Luscinda, Leonora; el duque Fernando es Henríquez, etc. Parece, pues, forzoso pensar que alguno de los manuscritos de los que se sirvió Theobald correspondería al original shakespeariano del Cardenio. Sin embargo, Theobald nunca quiso mostrar los manuscritos originales, lo que hizo pensar a algunos críticos que la autoría de Shakespeare era un artificio y que el propio Theobald había escrito la obra.
Cuando Theobald falleció, su biblioteca fue subastada. Es muy posible que parte de ella fuese adquirida por John Warburton, un conocido anticuario y bibliófilo de la época. Warburton ha pasado a la historia por un peculiar accidente doméstico. Aunque era un devoto coleccionista, no era demasiado cuidadoso con los ejemplares que atesoraba. En cierta ocasión dejó olvidada una pila de manuscritos en la cocina de su casa y su cocinera, pensando que eran papeles viejos, los estuvo empleando para alimentar el fuego de las ollas. ¡Más de cincuenta dramas originales se marcharon convertidos en humo y cenizas por la chimenea! Entre ellos, tres obras atribuidas a Shakespeare: Enrique I, El duque Humphrey y otra pieza teatral cuyo título no consta. Hay quien sostiene que esta última era el Cardenio.
¡He aquí que la obra quijotesca de Shakespeare perece en las llamas igual que los libros de la biblioteca de don Quijote! Quizá si la hubiesen interrogado, la cocinera de Warburton hubiera dicho lo mismo que el ama y la sobrina del hidalgo manchego: que un sabio encantador que venía caballero sobre una sierpe dejaba hecho aquel desaguisado por enemistad secreta que tenía a un tal don Quijote, algo de cuya historia se encontraba entre aquellos papelotes.
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