El señor de los vientos
Releía hace poco la biografía que Eginardo escribió de Carlomagno. Eginardo fue un alto funcionario de la corte carolingia que sirvió al propio Carlomagno y, más tarde, a su hijo Ludovico Pío y que también fue preceptor del hijo de este último, Lotario.
Iba yo revolviendo por el libro en busca de la descripción física que Eginardo hacía del emperador franco —ojos grandes y vivos, nariz prominente, hermoso cabello blanco, rostro alegre y jovial— y topé de nuevo con un pasaje que ya había olvidado y que me pareció formidable; trata de cómo Carlomagno decidió darles nombres a los vientos. Por lo visto, hasta aquella época los francos manejaban un repertorio eólico muy pobre, quizá porque los germanos fueron menos marineros que los griegos y los romanos. En todo caso, el emperador dispuso que a partir de entonces cada viento llevase un nombre franco de nueva acuñación para que todos sus súbditos pudiesen reconocerlos al verlos pasar:
Ostroni (solano o levante); Ostsundroni (euro); Sundostroni (euronoto); Sundroni (austro o noto), Sundwestroni (austroáfrico o libio); Westsundroni (ábrego); Westroni (céfiro o poniente); Westnordroni (coro o argestes); Nordwestroni (cierzo); Nordroni (tramontana o septentrión); Nordrostroni (aquilón o bóreas) y Ostnordroni (gregal o cecias).
¡Carlomagno hizo que floreciese de nuevo la rosa de los vientos en la Europa altomedieval!
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