Acqua Toffana

 Leía estos días sobre los grandes envenenadores de los siglos XVI y XVII y los venenos que estuvieron en boga en aquellos tiempos. Los Borgia, al parecer, recurrieron con preferencia a la cantarella, en cuya fórmula se especula que entraban el cobre, el plomo, el arsénico y el fósforo. Por su parte, el siniestro Consiglio dei Dieci de Venecia, al que se encomendaban el espionaje y la eliminación de potenciales riesgos para los intereses de la Serenísima, solía acudir a diversos compuestos de mercurio y arsénico para perpetrar sus asesinatos de estado. Catalina de Médicis, que llevó a Francia no sólo las modas, sino también las ponzoñas de su Florencia natal, se valía de un perfumista florentino, René Bianchi, para deshacerse de sus rivales. El tal Bianchi había perfeccionado una fórmula que operaba por mero contacto. La víctima, por ejemplo, recibía como obsequio de la reina unos exquisitos guantes que habían sido previamente impregnados con el preparado del perfumista: la muerte llegaba, pues, oculta en la tibia caricia de una piel de gamuza. Otro veneno muy citado en las crónicas de la época es la llamada acquetta de Perugia, que se obtenía del proceso de putrefacción de las vísceras de un cerdo previamente espolvoreadas con arsénico: una verdadera delicatessen.

Pero entre todos los venenos ninguno adquirió tan terrible prestigio como el acqua toffana. Se atribuye su invención a una siciliana llamada Giulia Toffania o Toffana. No está claro qué ingredientes entraban en la composición de este brebaje. Hay quien sostiene que consistía en una simple variedad perfeccionada del acquetta de Perugia y que, al igual que ésta, empleaba como base el arsénico; otros aseguran que se confeccionaba con belladona, una de las plantas asociadas desde antiguo a la brujería y las pócimas mágicas. La ventaja del acqua toffana nacía de dos elementos principales. Por una lado, era incolora, inodora y casi insípida, por lo que mezclada en la comida o en la bebida resultaba por completo indetectable. Por otra parte, actuaba a largo plazo y sus efectos se confundían con los del deterioro progresivo propio de una enfermedad prolongada. Las muertes no levantaban, pues, las sospechas que producían otros venenos de acción más expeditiva. Esto exigía del envenenador un temple muy especial. Para envenenar con acqua toffana había que tener un propósito claro e inconmovible y estar dispuesto a ir dosificando la muerte a lo largo de mucho tiempo —semanas o incluso meses— con la metódica e inflexible constancia con la que un contable rellena sus libros. La marquesa de Brinvilliers es el ejemplo perfecto de la determinación, frialdad y perseverancia exigidos para sacar rendimiento de este veneno: para apropiarse de una jugosa herencia familiar fue deshaciéndose, uno tras otro, de su padre y sus dos hermanos a base de envenenarles la comida con aqua toffana. Y corría riesgos notables, porque se veía obligada a valerse de criados y mayordomos para asegurarse de que sus víctimas recibían la dosis diaria de veneno. Aún más; se dice que para aprender a calibrar las dosis y calcular la evolución de la acción letal del veneno, visitaba los hospitales públicos y, fingiendo hacer caridad, distribuía comida y bebida emponzoñada a los enfermos. El arresto, juicio y ejecución de Madame de Brinvilliers tuvo un hondo impacto en la Francia de Luis XIV y acabó destapando una turbia trama de envenenadores y envenenamientos que salpicó a muchos destacados miembros de la corte francesa. El escándalo fue denominado, muy expresivamente, l'affaire des poisons, el asunto de los venenos.

El temor a ser asesinado con acqua toffana pervivió a lo largo de las décadas, incluso hasta las postrimerías del siglo XVIII. Un ejemplo: durante la última etapa de su vida, enfermo y enfrascado en componer su famosísimo Requiem, Mozart expresó su convicción de que estaba siendo envenenado. Según refirió Constanza, la viuda del compositor, semanas antes de fallecer su marido le había confesado sus temores con estas palabras:

«Sé que voy a morir. Alguien me ha dado acqua toffana y ha calculado el exacto momento de mi muerte. ¿Para quién han encargado este Requiem? ¿Estoy componiendo esto para mí mismo?».

Es sabido que los rumores sobre el supuesto asesinato Mozart inspiraron el argumento de la película Amadeus, de Milos Forman. ¿Sería, pues, el signore Antonio Salieri otro consumado maestro del acqua toffana?

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