Memorial de una pequeña dama
Leo en un libro victoriano llamado Automata old and new sobre la gran afición que tuvo Luis XIV de Francia, el Rey Sol, a los autómatas. La obra menciona algunos de los ingeniosos juguetes mecánicos que fabricaron para el gran soberano francés. Por ejemplo, un carmelita, el padre Truchet, le construyó una ópera en miniatura en la que unas figuritas salían al escenario y representaban su papel haciendo diversos gestos, como si fuesen mimos; el decorado se mudaba automáticamente al acabar cada acto. Truchet también ingenió para el rey una especie de maqueta con un paisaje costero donde todo estaba en movimiento: delfines, sirenas y tritones nadaban entre las olas, unos soldados montaban guardia en una ciudadela, unos barcos arribaban al puerto y saludaban con salvas de cañones. El propio padre Truchet se había representado a sí mismo saliendo de una iglesia y también al rey, que cruzaba airosamente la escena a la cabeza de una montería.
Pero el juguete más fascinante es el que diseñó el ingeniero lorenés Françoise-Joseph Camus. El propio Camus lo describió en un libro que publicó en 1724 titulado Traité des forces mouvantes pour la pratiqué des arts et métiers avec une explication de vingt machines nouvelles et utiles. Consistía en una pequeña carroza tirada por dos caballos y montada sobre un circuito cuyas medidas correspondían con exactitud a las de la mesa del consejo del rey en Versalles. En el interior de la carroza viajaba una dama en miniatura; completaban el conjunto un cochero, un postillón que iba encaramado en la trasera de la carroza y un lacayo vestido de húsar recostado sobre el estribo delantero. Una vez puesto en funcionamiento el mecanismo, el diminuto cochero sacudía las riendas desde el pescante y los caballos empezaban a trotar “haciendo corvetas y moviendo las patas y posando los cascos en el suelo de una manera tan natural” que parecían estar vivos. El coche avanzaba hasta el extremo de la mesa del consejo y allí daba la vuelta para emprender el regreso por el lado opuesto. Al llegar a la altura del sitial del rey, la carroza se detenía, el lacayo descendía del estribo y abría la puerta del coche. Entonces la dama que iba dentro bajaba de la carroza, avanzaba hasta el monarca y después de hacer una graciosa reverencia le presentaba un memorial. Tras quedarse inmóvil un instante, como si aguardase la respuesta de su majestad, la dama hacía una nueva reverencia y regresaba a la carroza volviéndose levemente de camino “para no perder de vista al rey”. Una vez que la dama se sentaba de nuevo en el interior del carruaje, el lacayo cerraba la portezuela, se subía al estribo y la carroza reemprendía la marcha.
Camus incluye en su obra una somera descripción de los resortes, engranajes y muelles que accionaban el mecanismo, pero, lamentablemente, nos deja a oscuras acerca del contenido del memorial de la dama. En cualquier caso, uno imagina al Rey Sol y a sus graves ministros sentados en torno a la mesa del consejo viendo partir el carruaje y debatiendo luego encendidamente si debía accederse o no a lo que la pequeña dama autómata pedía en su solicitud.
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