Un diablo en El Escorial

 

    Hace años leí la obra que escribió fray Jerónimo de Sigüenza sobre la construcción del monasterio de San Lorenzo del Escorial. Desde entonces he llevado en la memoria, aparte de aquel castellano jugoso y castizo del fraile, una anécdota que contaba fray Jerónimo sobre un diabólico perro negro que se paseaba por las obras del monasterio arrastrando cadenas y dando estremecedores aullidos. Recientemente he regresado a las páginas del libro en busca de aquel episodio.

Sucedió en los días en que El Escorial aún estaba erizado de poleas, grúas y andamios. Por aquel entonces corrió el rumor, entre las cuadrillas de obreros y los cortesanos que visitaban las obras del convento, de que un can más negro que un diablo andaba merodeando el naciente monasterio, ladrando y aullando de una manera tan terrorífica que parecía prestar voz a todas las atormentadas almas del infierno. Algunos, incluso, atribuían al animal facultades sobrenaturales y afirmaban haberlo visto saltar por las grúas de la iglesia y de un brinco pasaba del pescante de la una al de la otra, que no podía ser sin alas

Dice Sigüenza que la conseja, entreverada de testimonios de supuestos avistamientos y de maliciosas hipótesis sobre el significado del prodigio, se había ido extendiendo de tal forma por todo el reino que apenas se hablaba de otra cosa sino del perro negro de San Lorenzo.

Cierta noche de 1577, estando en El Escorial el rey y la reina, se sintieron los fantasmagóricos aullidos del animal dentro del propio edificio, junto a la pared de las ventanas del coro y del aposento del rey. Los monjes, que estaban en maitines, quedaron sobrecogidos:

El silencio, la hora de la noche, la bóveda de los nichos donde se había metido, de donde retumbaba el sonido; la fama esparcida, el ser debajo de las ventanas del Rey, todo hacía miedo, horror, espanto.

Pero fray Antonio de Villacastín, el monje que dirigía las obras del monasterio, menos impresionable que el resto de los hermanos, salió con otro fraile a enfrentarse con la infernal criatura:

...bajó a los nichos y a la bóveda donde el perro estaba. Asióle del collar con harto poco miedo, que a los siervos de Dios no les espeluznan estas niñerías. Subiólo al claustro grande y colgólo de un antepecho.

El infortunado diablo resultó ser un sabueso perdido del marqués de las Navas, perro de casta y regalado, añade el autor. Acaso era este el motivo de los quejumbrosos aullidos del animal; al fin y al cabo, tenía que resultar bastante doloroso para un perro criado en los aposentos de la aristocracia y acostumbrado a comer de la mano de los mayordomos, rastrear famélico cada noche los rincones del convento en busca de topillos y cucarachas. Los lastimeros aullidos que el perro del marqués de las Navas daba desde las criptas del Escorial vendrían entonces a ser, traducidos al idioma perruno, como los lamentos que el Segismundo de Calderón profería en la oscuridad de su torre. Sin duda el animal, acordándose de sus tiempos en casa del marqués, podría muy bien ladrar a su modo aquel sufriente y desengañado verso de Segismundo:

...yo sueño que estoy aquí, destas prisiones cargado

y soñé que en otro estado más lisonjero me ví.




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