El barril de Colón
Llega el verano y el tiempo de playa. De la playa me gusta sobre todo el largo paseo por la orilla, los pies refrescados por las olas que vienen a morir a la arena y la vista puesta en el reguero de conchas y algas que dibuja la línea de la marea. Recuerdo que, de niño, un compañero de clase exhibía una bella y extraña moneda romana y decía que la había encontrado por azar en la playa. Seguramente la habría comprado en alguna tienda de numismática, pero yo creí a pies juntillas que este tipo de hallazgo no sólo era probable sino prácticamente seguro si uno renunciaba a pasar el rato con el balón de Nivea y se dedicaba a escrutar la playa con la demorada atención de un Sherlock Holmes. Desde entonces he abrigado el secreto deseo de encontrar algún objeto valioso semienterrado en la arena. Y no pienso en algo que tenga valor material, económico, sino puramente romántico: ¡Lo que sería encontrar una botella con un fabuloso mensaje en su interior, como la del relato de Po...